Artículo de Arturo Gonzalez, publicado en blogs.publico.es.
Quizá por un deseo romántico, siempre he pensado y aún sigo pensando
que los jueces no se prostituyen y prevarican ni la justicia está regida
por la política. No creo que los jueces empañen su honorabilidad
personal y profesional y a sabiendas dicten resoluciones que estimen
injustas. Y creo que el manido tópico de citar a Montesquieu para
defender a ultranza la separación de poderes, legislativo, ejecutivo y
judicial, como si fueran compartimentos aislados, ha quedado desfasado
dada la variación de las circunstancias políticas desde que Montesquieu
lo consignó. Hoy todo está comunicado e interrelacionado, pero ello no
quiere decir que un poder deba someterse a los otros. No es lo mismo una
Monarquía absoluta que una Monarquía parlamentaria.
Pero si los ciudadanos siempre han mostrado desconfianza hacia la
justicia, ahora, con las modificaciones en sus estructuras introducidas
por el Partido Popular, tal desconfianza no mejor, sino que empeora si
se analizan objetivamente esas medidas.
Puesto que no es constitucional la elección directa por el pueblo de
los cargos directivos para el gobierno de la justicia, amén de que los
ciudadanos no sabrían a quién votar, y puesto que también que la
elección de sus representantes por los propios jueces llevaría al
corporativismo, a un gremialismo medieval y a una endogamia dañina, la
única posibilidad de elección de los cargos rectores corresponde al
Parlamento, como representante que es del pueblo. Lo que ocurre es que
si esas normas de elección se ven alteradas porque el poder político, en
este caso el PP con su mayoría absoluta, y las cambian en su propio
interés, el sistema se convierte en perverso. El cambio de atribuciones y
funcionamiento del Consejo General del Poder Judicial, órgano político
rector, hace que, al contrario de lo que ocurría hasta ahora, las
decisiones importantes que haya de tomar, entre ellas los nombramientos
de los magistrados de las altas instancias, se puedan decidir sin
necesidad de acuerdos consensuados, politiza gravemente la justicia, y
la sume en una espiral de intereses y favoritismos. El PP copa todas las
decisiones y todos los puestos relevantes, con lo que la justicia queda
a su arbitrio. No porque los jueces prevariquen, sino porque únicamente
se elegirán los más cercanos y nada dudosos ideológicamente. Lo están
haciendo en todos los campos (el nombramiento del Presidente del
Tribunal Constitucional y parece que el del CGPJ también lo será), y de
ese modo sí que la muerte de Montesquieu y de la separación de poderes
se consumará. El Estado soy yo, podrá decir Rajoy desde ahora; ordeno y
mando en el Gobierno, en el Parlamento y en la Justicia. Para
conseguirlo no ha necesitado más de los dos años que hoy se cumplen de
su llegada al poder.
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